martes, 15 de septiembre de 2015

A VUELTAS CON LA INTUICIÓN

Hace tan sólo tres meses publiqué en EMBArcados un post dedicado a una de las grandes preguntas que nos hacemos aquellos que nos enfrentamos a la toma de decisiones en diferentes ámbitos: ¿Estadística o intuición? (aquí el enlace). Me encantó contemplar las diferentes reacciones que fui percibiendo sobre el artículo, las cuales siguieron un patrón típico en estos casos: al principio felicitaciones y recomendaciones en redes sociales, después comentarios vagos o eufemístico, y finalmente críticas al núcleo del asunto: ¿pero es que no podemos confiar en la intuición?

Todos conocemos grandes expertos en diferentes campos, desde la medicina hasta la economía, pasando por la psicología, la meteorología, etc. Sin embargo, no siempre sus predicciones intuitivas se cumplen. De hecho habitualmente suelen fallar más que los algoritmos que tratan de hacer las mismas predicciones tomando la estadística como base. En otras ocasiones si aciertan, el problema es discernir cuándo podemos fiarnos de la intuición y cuando no.

Casualmente me he encontrado con un artículo que trata sobre el tema (bueno, reconozco que no ha sido tan casual). El artículo en inglés se titula: “Conditions for Intuitive Expertise: A Failure to Disagree”. Básicamente trata de encontrar los supuestos que nos podrían llevar a confiar en la intuición. El artículo lo escribieron dos expertos en la materia con visiones encontradas sobre el uso de la intuición. Sin embargo llegaron a puntos en común que quizá nos puedan servir como guía al resto de los mortales. Ellos son Daniel Kahneman (premio Nobel de economía) y Gary Klein, máximo exponente de la corriente de académicos que abogan por el denominado NDM (“Naturalistic Decision Making”).

Aunque de visiones contrapuestas, son capaces de responder a una pregunta esencial a este respecto: ¿cuándo podemos confiar en la opinión de un experto? En concreto ellos plantean dos premisas fundamentales:
-          Que el ámbito donde se estén tomando decisiones sea suficientemente regular como para ser predecible,
-          que el decisor haya tenido oportunidad de aprender esta “regularidad” a través de la práctica prolongada.

Dos ejemplos del ámbito médico ilustran muy bien esta situación: por un lado los anestesistas son especialistas que reciben retroalimentación de sus decisiones en el mismo momento que las toman a través del efecto que causan. Esta situación les permite aprender esa “regularidad” de la que hablamos gracias a la repetición, y les sitúa en buena posición para desarrollar una intuición útil. En cambio los radiólogos son médicos que rara vez conocen los efectos de sus diagnósticos dada la operativa habitual de los hospitales, y que por tanto les impide desarrollar una intuición práctica que le ayude a tomar decisiones.

Mucho antes que estos dos científicos, Santo Tomás de Aquino ya escribió su tratado sobre la prudencia, el cual es una guía excelente para todo aquel que desee profundizar en el asunto. En este tratado defiende la prudencia como aquella virtud que debe regir a la hora de tomar decisiones tanto en el ámbito personal, como familiar, político, militar y gubernativo. Y precisamente Santo Tomás define la prudencia como un “hábito que perfecciona la razón práctica”. En esta definición casa perfectamente con el artículo de Kahnemann y Klein: se trata de algo que debe ser habitual y que debe estar muy practicado.

En cualquier caso, aunque el propio Kahneman define la intuición como el reconocimiento o recuerdo de situaciones similares que te permite tomar decisiones rápidas a la vez que acertadas, el problema está en identificar dónde está el límite de esta intuición. Incluso cuando se dan las condiciones mencionadas, rara vez los expertos conocen donde están los límites de su intuición. Por tanto ayudarse con los números y la estadística para tomar decisiones es, sin duda, una buena decisión.

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