jueves, 28 de enero de 2016

A VUELTAS CON LA CONCILIACIÓN



Hace pocas semanas, durante la constitución del nuevo congreso de los diputados en España, los focos se centraron en una diputada que acudió a la cita con su bebé. Su argumento para llevarse a su hijo al trabajo fue hacer visible una realidad que sufren muchos españoles, la dificultad para conciliar vida personal y profesional. Independientemente de que considere su acto como de demagogia barata, creo que es evidente que en España vivimos este problema. Es demagogia barata porque si un diputado, o grupo político, quiere impulsar una reforma sólo tiene que tramitarlo en el parlamento, no hace falta que lo escenifique como si fuera un manifestante de la puerta del sol. Ser diputado te da ese privilegio. Si un ciudadano (no diputado) quiere reivindicar algo, tiene que recoger firmas, regalar melones en la plaza mayor, o ir a la huelga (incluso de hambre). Si un diputado quiere reivindicar algo, sólo tiene que levantar la mano. A los hechos me remito que no se ha vuelto a hablar del tema, ni ha vuelto a llevar a su bebé en modo de protesta al parlamento. En cualquier caso, no creo que sean los políticos los que vayan a arreglar la conciliación en España. Tenemos la falsa impresión de que ellos lo resuelven (o lo destrozan) todo con las leyes y, aunque pueden contribuir, hay cosas como la cultura, las costumbres, los patrones de vida, que no se pueden (ni se deben) regular por ley.

¿Qué hace que sea difícil conciliar? ¿Es el horario que impone la administración? La administración da libertad de horarios (y ojalá que siga así). Son las empresas las que ponen los horarios. Pero, ¿qué son las empresas? Supongo que es una obviedad, pero está bien recordar que las empresas son personas. Y lo que mueve a las personas que dirigen las empresas es la supervivencia de las mismas. ¿Cómo se asegura la supervivencia? Ganando dinero. Hasta aquí no creo que alguien pueda levantar objeción alguna.

Por otro lado, es igual de evidente que las personas tienen vida más allá del trabajo: hijos, amigos, aficiones, que no sólo es apetecible, es necesario para un adecuado equilibrio vital,  que muy difícilmente se consigue alcanzar con jornadas laborales se extienden desde las 8 de la mañana hasta las 8 de la tarde (o más). Si una pareja sale de casa a primera hora de la mañana y regresa cuando sus hijos tienen que irse a dormir, estaremos de acuerdo que el desarrollo afectivo (entre otros aspectos) de esos hijos dejará mucho que desear. Y esto no es un problema de esa familia, es un problema de la sociedad en su conjunto.

Pero, ¿cómo conseguimos conciliar ambas realidades? Lejos de aportar la solución definitiva,  soy consciente no sólo de la complejidad del asunto sino también de la gran diversidad de tipos de trabajos, creo que se puede reflexionar aportando ideas que inviten a mejorar la situación. Para empezar, considero que se trata de un problema cultural, por tanto, parte de la solución tendrá que venir por modificar comportamientos culturales, como por ejemplo el de las horas de la comida. Es evidente que si paramos 2 horas a comer, por mucho que trabajemos por la mañana, el horario vespertino se alargará inevitablemente. Cambiar esto no es sencillo (insisto que está en la cultura) pero es factible si existe voluntad por parte de las empresas y los trabajadores. Otro ejemplo de aspecto cultural relevante es la tendencia a pensar que en la vida eliges crecer profesionalmente o personalmente, pero que ambas son incompatibles. Esta creencia limita nuestras posibilidades y, como profecía autocumplida, nos lleva a ser esclavos de nuestro trabajo o nuestra vida personal.


Añadido a la cultura, existe un aspecto natural en el ser humano y que consiste en olvidarnos del carácter limitado del tiempo. Si fuéramos conscientes de lo precioso que es cada segundo que vivimos, seguro seríamos más sensibles a la importancia del tiempo propio y ajeno. Cuántas reuniones de trabajo se alargan innecesariamente por una falta de preparación previa, por cargarlas con más contenido del necesario, por no saber planificar correctamente. Cuántos comités se fijan a horas intempestivas imposibilitando cualquier tipo de vida más allá del trabajo… El desprecio que mostramos por nuestro tiempo y por el de los demás muestra nuestra profunda ignorancia de que el tiempo es el bien más valioso que poseemos.

Por último, hay un tercer aspecto que me gustaría resaltar en esta lista que, como digo, no es ni mucho menos exhaustiva. Además de la cultura y de la propia naturaleza humana, el hombre, más concretamente, el español, no ha sabido utilizar la tecnología para mejorar su balance personal-profesional. En los últimos quince años hemos sido testigos de una explosión tecnológica espectacular gracias, entre otros, a internet. Esto ha contribuido a que la productividad de las empresas, de los países y, en definitiva, de las personas haya crecido enormemente. Sin embargo los niveles de conciliación son iguales (o yo diría que peores) que antes ¿Nos hemos planteado si la tecnología nos ayuda a vivir mejor o si nos esclaviza? ¿Por qué no aprovechamos los recursos que tenemos para mejorar nuestra vida personal, balanceándola con la profesional? Muchas personas ya lo hacen, conozco muchos ejemplos que disfrutan de una vida integral en la que se desarrollan personal y profesionalmente por igual. Por desgracia no son mayoría.

En definitiva, la conciliación no es un problema político, y creo que no debería serlo, porque si lo resuelven ellos será a través de leyes que limitarán nuestra libertad. Al contrario, creo que es un problema cívico. Aprendamos de las sociedades que han conseguido desarrollarse en estos aspectos, cambiemos nuestro estilo de vida en todas las capas de la sociedad para ayudarnos a nosotros mismos a vivir mejor.

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