Hace pocas semanas, durante la
constitución del nuevo congreso de los diputados en España, los focos se
centraron en una diputada que acudió a la cita con su bebé. Su argumento para
llevarse a su hijo al trabajo fue hacer visible una realidad que sufren muchos
españoles, la dificultad para conciliar vida personal y profesional.
Independientemente de que considere su acto como de demagogia barata, creo que
es evidente que en España vivimos este problema. Es demagogia barata porque si
un diputado, o grupo político, quiere impulsar una reforma sólo tiene que
tramitarlo en el parlamento, no hace falta que lo escenifique como si fuera un
manifestante de la puerta del sol. Ser diputado te da ese privilegio. Si un
ciudadano (no diputado) quiere reivindicar algo, tiene que recoger firmas,
regalar melones en la plaza mayor, o ir a la huelga (incluso de hambre). Si un
diputado quiere reivindicar algo, sólo tiene que levantar la mano. A los hechos
me remito que no se ha vuelto a hablar del tema, ni ha vuelto a llevar a su
bebé en modo de protesta al parlamento. En cualquier caso, no creo que sean los
políticos los que vayan a arreglar la conciliación en España. Tenemos la falsa
impresión de que ellos lo resuelven (o lo destrozan) todo con las leyes y,
aunque pueden contribuir, hay cosas como la cultura, las costumbres, los
patrones de vida, que no se pueden (ni se deben) regular por ley.
¿Qué hace que sea difícil
conciliar? ¿Es el horario que impone la administración? La administración da
libertad de horarios (y ojalá que siga así). Son las empresas las que ponen los
horarios. Pero, ¿qué son las empresas? Supongo que es una obviedad, pero está
bien recordar que las empresas son personas. Y lo que mueve a las personas que
dirigen las empresas es la supervivencia de las mismas. ¿Cómo se asegura la
supervivencia? Ganando dinero. Hasta aquí no creo que alguien pueda levantar
objeción alguna.
Por otro lado, es igual de
evidente que las personas tienen vida más allá del trabajo: hijos, amigos,
aficiones, que no sólo es apetecible, es necesario para un adecuado equilibrio
vital, que muy difícilmente se consigue
alcanzar con jornadas laborales se extienden desde las 8 de la mañana hasta las
8 de la tarde (o más). Si una pareja sale de casa a primera hora de la mañana y
regresa cuando sus hijos tienen que irse a dormir, estaremos de acuerdo que el
desarrollo afectivo (entre otros aspectos) de esos hijos dejará mucho que
desear. Y esto no es un problema de esa familia, es un problema de la sociedad
en su conjunto.
Pero, ¿cómo conseguimos conciliar
ambas realidades? Lejos de aportar la solución definitiva, soy consciente no sólo de la complejidad del
asunto sino también de la gran diversidad de tipos de trabajos, creo que se
puede reflexionar aportando ideas que inviten a mejorar la situación. Para
empezar, considero que se trata de un problema cultural, por tanto, parte de la
solución tendrá que venir por modificar comportamientos culturales, como por
ejemplo el de las horas de la comida. Es evidente que si paramos 2 horas a
comer, por mucho que trabajemos por la mañana, el horario vespertino se
alargará inevitablemente. Cambiar esto no es sencillo (insisto que está en la
cultura) pero es factible si existe voluntad por parte de las empresas y los
trabajadores. Otro ejemplo de aspecto cultural relevante es la tendencia a
pensar que en la vida eliges crecer profesionalmente o personalmente, pero que
ambas son incompatibles. Esta creencia limita nuestras posibilidades y, como
profecía autocumplida, nos lleva a ser esclavos de nuestro trabajo o nuestra
vida personal.
Añadido a la cultura, existe un aspecto natural en el ser humano y que consiste en olvidarnos del carácter limitado del tiempo. Si fuéramos conscientes de lo precioso que es cada segundo que vivimos, seguro seríamos más sensibles a la importancia del tiempo propio y ajeno. Cuántas reuniones de trabajo se alargan innecesariamente por una falta de preparación previa, por cargarlas con más contenido del necesario, por no saber planificar correctamente. Cuántos comités se fijan a horas intempestivas imposibilitando cualquier tipo de vida más allá del trabajo… El desprecio que mostramos por nuestro tiempo y por el de los demás muestra nuestra profunda ignorancia de que el tiempo es el bien más valioso que poseemos.
Por último, hay un tercer aspecto
que me gustaría resaltar en esta lista que, como digo, no es ni mucho menos exhaustiva.
Además de la cultura y de la propia naturaleza humana, el hombre, más
concretamente, el español, no ha sabido utilizar la tecnología para mejorar su
balance personal-profesional. En los últimos quince años hemos sido testigos de
una explosión tecnológica espectacular gracias, entre otros, a internet. Esto
ha contribuido a que la productividad de las empresas, de los países y, en
definitiva, de las personas haya crecido enormemente. Sin embargo los niveles
de conciliación son iguales (o yo diría que peores) que antes ¿Nos hemos
planteado si la tecnología nos ayuda a vivir mejor o si nos esclaviza? ¿Por qué
no aprovechamos los recursos que tenemos para mejorar nuestra vida personal,
balanceándola con la profesional? Muchas personas ya lo hacen, conozco muchos
ejemplos que disfrutan de una vida integral en la que se desarrollan personal y
profesionalmente por igual. Por desgracia no son mayoría.
En definitiva, la conciliación no
es un problema político, y creo que no debería serlo, porque si lo resuelven
ellos será a través de leyes que limitarán nuestra libertad. Al contrario, creo
que es un problema cívico. Aprendamos de las sociedades que han conseguido
desarrollarse en estos aspectos, cambiemos nuestro estilo de vida en todas las
capas de la sociedad para ayudarnos a nosotros mismos a vivir mejor.