jueves, 26 de febrero de 2015

OBEDECER

En 1966 se llevó a cabo un experimento con enfermeras de hospitales de Estados Unidos en el cual un médico desconocido para ellas les pedía que administraran una dosis el doble de la cantidad diaria recomendada en el prospecto a un determinado grupo de pacientes. El 95% de las enfermeras obedeció a la petición y administró el medicamento. Por suerte, el medicamento, llamado Astroten, resultó ser una píldora de azúcar y no tuvo que morir nadie para realizar el experimento. Lo que si demostró fue el alto nivel de obediencia que mostraban las enfermeras.

Por otro lado, estos mismos investigadores, llevaron a cabo otro experimento con otras enfermeras, a través del cual se les preguntaba en una encuesta si ellas administrarían una dosis dos veces superior a la recomendada, en caso de que un médico desconocido se lo pidiera. El resultado fue que más del 90% de las enfermeras contestó que no lo harían.

La conclusión principal de estos experimentos resultó ser que, al menos en el colectivo de enfermeras, se observaba un alto grado de obediencia, al mismo tiempo que mostraban un nivel bajo de consciencia sobre este comportamiento. Es decir, una mezcla potencialmente fatal.


¿Es esto una situación exclusiva de las enfermeras? ¿Ocurre en otros sectores? Experimentos posteriores, como el de Milgram, muestran que en general la población obedece a la autoridad de una manera bastante clara, es decir, no se trata únicamente de un fenómeno del cuerpo de enfermeras. Sin embargo la obediencia, per se, no es algo malo, siempre y cuando se trate de un ejercicio de responsabilidad individual. Un país, una empresa, o una familia que esté constantemente llamando a las trincheras es una organización ingobernable y por tanto sólo puede acabar en frustración y caos. El problema viene cuando esta obediencia no es consciente por parte del agente que la lleva a cabo. Todos estos experimentos nos muestran que, en general, somos muy sensibles a obedecer ante cualquier tipo de autoridad.

Si esto es así, ¿cómo podemos desarrollar una mayor consciencia de nuestra obediencia? Como digo, no se trata de no obedecer, sino de identificar cuando lo estamos haciendo, para así decidir si lo que estamos llevando a cabo cumple o no con nuestros valores, nuestros principios, nuestros intereses, etc. Para ello es de gran ayuda trabajar en tres planos: (1) Reconocer nuestros indicadores personales. Todos actuamos de un determinado modo ante la autoridad. Identificar qué respuestas naturales da nuestro cuerpo cuando estamos delante de un agente de autoridad (la policía, un médico, un cargo público, el jefe…), aprender a conocer tu cuerpo, te revelará información de cómo te comportas cuando obedeces y te ayudará a identificarlo cuando lo estés haciendo. (2) Desarrollar el concepto de libertad asociado al de responsabilidad. Nuestra libertad debe estar condicionada a nuestra responsabilidad (como empleados, como padres, como ciudadanos). En la medida en que tengamos claros cuales son nuestros niveles de responsabilidad, seremos capaces de utilizar nuestra libertad de un modo más efectiva. Y (3), desarrollar el pensamiento crítico, esto es, el proceso por el cual se usa el conocimiento y la inteligencia para llegar a una posición razonable y justificada sobre un tema. Por supuesto, esto último requiere vocación de conocimiento, acceso a la información y la oportunidad de practicarlo de manera recurrente, pues se trata de un hábito que requiere entrenamiento.

En resumen, ¿es mala la obediencia? No. ¿Es mala la obediencia ciega? Si. ¿Podemos desarrollar hábitos que nos ayuden a identificar cuándo estamos obedeciendo y que, por tanto, no sea una obediencia ciega? Si, y os animo a practicarlo, pues nos enfrentamos a situaciones similares todos los días de nuestra vida.

martes, 10 de febrero de 2015

Dar impulso


En todas las organizaciones hay equipos de trabajo y esos equipos tienen que estar dirigidos por un líder que los organiza, prioriza y dirige sus esfuerzos para conseguir los objetivos de la organización. En eso consiste la tarea directiva en hacer cosas a través de otras personas, el directivo tiene que “hacer hacer” y a través del trabajo de su equipo llevar los esfuerzos a una meta común y lograr resultados. Por eso es vital que el directivo no se olvide de que lo que dirige son personas, y es a la persona a la que debe llegar. Directivo orientado a resultados, sí, pero en la misma medida que orientado a personas, sino los resultados no llegan. La primera misión del jefe tiene que ser conocer a su equipo, la materia prima de su trabajo es su gente, cuáles son sus conocimientos, sus competencias, sus defectos y sobre todo algo tan importante para ellos: sus ilusiones y aspiraciones en el trabajo.

Si te importan las personas ellas lo notan, si solo te importan tus objetivos y salir bien en la foto, las personas se dan cuenta de que les estas utilizando y no responderán como esperas.

Estos días he visto varias veces publicado en Linkedin: “Adiós a los Jefes, bienvenidos los gefes (gestores de felicidad)” y no creo que sea sensato dejar en manos del jefe algo tan importante como ser feliz, pero si que estoy segura que tener un buen jefe está en la “wish list” de cualquiera de nosotros, un jefe que te tiene en cuenta, que te valora, que te exige y del que puedes aprender, y que difícil es ser buen jefe! Casi nadie presume del suyo, por algo será… Está demostrado cuanto más contentas están las personas en un equipo mejores resultados obtienen, esto se debe a varios factores pero un dato clave es que las personas motivadas están un 80% de su tiempo enfocadas, y las personas insatisfechas en el trabajo solo un 50% de su tiempo ponen toda su atención.


No creo que sea responsabilidad únicamente del jefe la motivación del equipo, la gente normalmente viene motivada de casa, las personas tienen intereses, ilusiones, anhelos, quieren ser valoradas, aportar, aprender y crecer. Todos trabajamos por un salario pero no es únicamente el dinero lo que nos mueve, tener motivos para hacer cosas difíciles, eso es lo que diferencia a un equipo de alto desempeño de un equipo mediocre, preocuparse por el desarrollo de sus colaboradores es lo que diferencia, en mi opinión, a un buen de un mal gestor.

Como diferenciaba el profesor Perez López las personas tienen distintos tipos de motivos en sus acciones, los extrínsecos, el logro de satisfacciones por cosas externas o materiales (dinero, reconocimiento, estatus), los intrínsecos por el logro de satisfacciones interiores (como el aprendizaje, el desarrollo) y trascendentes por las consecuencias de los actos sobre otros (un cliente satisfecho, ayudar a un colega, aportar conocimiento a la humanidad…)

Partiendo de que la gente viene motivada de casa muchas veces bastaría con no desmotivar, que daño hace no tener en cuenta una opinión, no valorar un esfuerzo, o cortar las alas a una iniciativa… no dar visibilidad… si conocemos bien a las personas y sabemos lo que les mueve seremos más cuidadosos para no desgastar esa ilusión con la que vienen de casa e incluso llegaremos a hacerla crecer. Si además queremos incrementar ese ánimo podemos tener en cuenta pequeños gestos que alimentan las voluntades de los que con nosotros trabajan, por ejemplo algo tan sencillo como dar visión, ampliar la panorámica, dejar que nuestros colaboradores se asomen  con mayor perspectiva para ver a donde vamos y como aporta para llegar a esa meta mis pequeños logros, informando de los puntos principales de una reunión de alto nivel, involucrando en las líneas de trabajo claves etc.

A veces se cometen errores motivacionales difíciles de solventar, como por ejemplo prometer algo que la otra persona sabe que no vas a poder cumplir, ojo con las promesas de promociones o subidas salariales cuando son decisiones que no dependen solo del que las hace… si el sujeto de mi intento motivador sabe o está convencido de que tal promesa no va a darse, el resultado es directamente el contrario. Si a una persona lo que le mueve es aprender y le pones a hacer tareas mecánicas, te lo cargas, si alguien está más preocupado por su familia que por ser brillante en su carrera y le haces alargar su jornada tratando de convencerle de que es lo mejor para su trayectoria… lo quemas, y estos desatinos son notas discordantes que hacen que la melodía no suene como debería.

Para dirigir un trabajo técnico hay que tener conocimientos técnicos y para dirigir a personas hay que tener conocimiento de personas, ser más humano, más cercano, tocar el paño para conocer la calidad de las personas que trabajan con nosotros.

Dar impulso, así definiría yo la labor motivadora que debe tener un buen jefe, para que los motivos de las personas las muevan a hacer esfuerzos para el logro de los resultados.