Hace ya algún tiempo me convencí
de que hablar en público de manera convincente es esencial para llegar a las
personas y poder transmitir ideas. Además, transmitir ideas es una parte
importante del trabajo que desempeña el 90% de la fuerza laboral de un país,
desde un albañil que tiene que explicar a su cliente cómo va a hacer esa
reforma tan necesaria, hasta el presidente de cualquier empresa del IBEX-35
explicando a los accionistas su gestión. Por otro lado soy consciente del
déficit que existe en la sociedad española en este asunto. Durante años nos
educan para que escuchemos, no para que hablemos y, de hecho, cuanto más grado
de educación alcanzamos, mayor es el énfasis en la escucha y memorización y
menor en el aprendizaje activo: la guardería es la única etapa en la que se
incentiva, provoca e induce a los niños a que sean proactivos. En cuanto vas
subiendo cursos cada vez hay menos interacción y las clases pasan a ser
sesiones magistrales en las que 100 personas escuchan a un catedrático aburrido
de soltar el mismo discurso año tras año. ¿Cuándo me toca hablar a mí?, ¿cuándo
me van a sacar de mi zona de confort para que me lance a hablar en público?
Pocos jóvenes se hacen esta pregunta… no hasta que llegan a la empresa y el
jefe les dice que tiene que hacer una presentación. Aprendemos a base de
errores, pero en el caso de la comunicación, los españoles, aprendemos a base
de fuertes presiones y grandes errores, pues no nos dejan equivocarnos y
aprender antes. Uno de mis propósitos vitales es anunciar, denunciar y ayudar a
mitigar, en la medida de lo posible, estas deficiencias que tanto lastran a los
españoles.
Los españoles sentimos muy bien
la vergüenza ajena: nos divierte que una alcaldesa hable inglés como si no
hubiera salido de Barbate en toda su vida y en menos de un día tenemos las
redes sociales llenas de chistes; somos fans de las bromas sobre políticos y
personalidades que meten la pata ante un micrófono; y nos encanta reírnos de
las pifias que cometen otros españoles cuando hablan en público. Pero a nadie
le entran ganas de hablar en público; a nadie le entran ganas de introducir, en
el sistema educativo, mecanismos que perfeccionen estas habilidades y a nadie
le entran ganas de crear organismos que fomenten la comunicación. Preferimos
seguir riéndonos de nosotros mismos, porque nos han dicho que es muy sano.
Estos días estoy leyendo un libro
sobre este asunto que ha caído entre mis manos, por recomendación de un amigo.
El libro se llama “Speak and get results” (habla y obten resultados) de Sandy Linver,
experta en comunicación dedicada a formar a directivos en oratoria. No soy de
los que piensan que haya que leer mucho libro sobre hablar en público para ser
un buen orador, pero me gusta profundizar en estos temas, para poder ser así
más didáctico. Sandy ofrece un método para aproximarse al mundo de la
comunicación efectiva, y creo que realmente ayuda a mejorar. Diría que es un
comienzo. De hecho puedo decir que es de los mejores libros de “hablar en
público” que he leído, lo recomiendo.
No obstante, tanto Sandy como la
mayoría de los buenos oradores que conozco dicen lo mismo: a hablar se aprende
hablando. Con 30 minutos de teoría y 30 horas de práctica uno se pone en el
camino adecuado.
Os animo a que aprovechéis
vuestros trabajos, vuestras reuniones de amigos, vuestras actividades de tiempo
libre… cualquier momento para probar vuestras habilidades de comunicación. Si
hacemos esto de forma consciente, no sólo mejorará nuestra capacidad oradora,
también seremos capaces de transmitir mejor nuestras ideas, tendremos ocasión
de alcanzar mejores negociaciones, e incluso seremos ejemplo para mucha gente.