Septiembre es el mes del año,
después de enero, en el que más y mejores planes se hacen. La vuelta de
vacaciones nos trae una maleta repleta de buenas intenciones para el nuevo
curso escolar. La diferencia entre septiembre y enero es que la gran mayoría de
buenos propósitos que nos marcamos sólo duran hasta navidad, mientras que los
de enero, con fuerza de voluntad pueden llegar hasta mayo o incluso junio.
Para mí, al menos, se trata de
una época en la que se ponen en marcha nuevos proyectos o proyectos parados
durante los meses de verano, puesto que la gran mayoría de la gente está de
vacaciones. Es, por lo tanto, una época de tensión pero también de ilusión y
buenos propósitos. Lo negativo llega cuando todos estos planes e intenciones se
van quedando en la cuneta. Esto causa grandes frustraciones en las personas,
especialmente en el trabajo. Es, lo que el psicólogo Daniel Gilbert califica
como la “Falacia de la Planificación”. Gilbert nos dice que “uno de los errores
más comunes que se dan en la predicción de nuestro comportamiento es
infravalorar el tiempo que nos lleva completar una tarea concreta”. Y de forma
un tanto poética añade: “Parece que sabemos menos del mundo que está dentro de
nuestras cabezas que del mundo en el que nuestras cabezas están dentro”.
Hace poco me contaba un amigo que
toca en un grupo de música que se habían puesto como objetivo escribir un post
en el blog 4 días a la semana, y como son 4 en el grupo, esto implica un post
por semana y persona. El problema es que la mayoría de ellos no era consciente
de su carga de trabajo (dentro y fuera del grupo) y pronto empezaron a
incumplir su promesa. Esto generó frustración que a su vez derivó en el
abandono del blog, causando una imagen lamentable de cara al público. Tanto a
nivel laboral como a nivel personal, planificamos acciones más o menos
concretas en base a unos objetivos marcados: salir a correr todos los días para
perder esos kilos ganados en el verano; pasar más tiempo con tus hijos, para
que no te vean como a ese extraño señor
que viene a casa después de trabajar; o por ejemplo, a nivel laboral, planes de
ventas que incluyen un número de visitas extraordinariamente alto para alcanzar
ese objetivo de ventas. Todos ellos se convierte en planes poco creíbles,
teniendo en cuenta el historial y por la falta de concreción y objetivos
alcanzables. Muchas de estas tareas nunca las llegamos a hacer y las que
hacemos y terminamos mal o de una manera forzada constantemente nos desalientan
para futuros planes o proyectos. El sentimiento de derrota hace que disminuya
nuestra preparación para futuros eventos, que trabajemos peor y que no
intentemos nuevos retos.
Desde mi punto de vista todo esto
tiene que ver con el control que tenemos de nosotros mismos, es decir, con
nuestro autocontrol (en inglés self-control). En la medida en la que
nos conozcamos, sabremos planificar de una manera más eficiente y el mero hecho
de progresar y cumplir planes, como decía en mi último post, ya es un incentivo
para seguir trabajando duro. Como diría mi querido profesor de IESE, Philip
Moscoso, “hay una buena noticia” y esta es que se puede alcanzar un alto nivel
de autocontrol. El profesor de la Universidad Estatal de Florida, Roy F.
Baumeister asegura que “el autocontrol opera de forma similar a la fuerza
muscular, ambos se debilitan después del esfuerzo, se recuperan con el descanso
y se refuerzan con el entrenamiento”
Os animo a que septiembre sea un
mes de refuerzo de autocontrol, que os conozcáis mejor, que planifiquéis mejor
vuestras cosas y las de los que os rodean en la familia y en la organización,
de tal forma que no caigamos en la Falacia de la Planificación y lleguemos a
puntos de frustración que nos impidan progresar personal y profesionalmente.
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