sábado, 30 de agosto de 2014

ELOGIO A LA CURIOSIDAD

En estos últimos días de verano, me resisto a volver a conectarme al mundo y prefiero seguir en mi nube vacacional, por lo menos hasta el domingo, pienso seguir disfrutando de la familia, los amigos y el mar. No obstante, no me puedo resistir a echar un vistazo a algunos blogs que sigo. Es a la hora de la siesta cuando me tumbo en el sofá, con la vuelta ciclista a España de fondo, y leo algún post que me haya cautivado por tener título sugerente.

Tal fue el caso del último artículo del profesor del University College London, Tomás Chamorro-Premuzic en el blog de la Harvard Business Review (Aquí el enlace en inglés). El título me pareció suficientemente atractivo como para sumergirme en él: “la curiosidad es tan importante como la inteligencia”. En concreto, Tomás propone tres cualidades psicológicas para mejorar nuestra habilidad de manejar la compleja y abultada información que nos rodea en nuestro día a día. Estas son: el coeficiente intelectual, el coeficiente emocional (la habilidad de percibir, controlar y expresar emociones), y por último, aunque no menos importante, el coeficiente de curiosidad.

El autor define este coeficiente como el nivel de “hambre” que tiene nuestra mente. Las personas con un coeficiente de curiosidad alto son más inquisitivos y abiertos a nuevas experiencias. A partir de ahí, habla de las ventajas de desarrollar este tipo de mente, como por ejemplo, tener una mayor tolerancia a la ambigüedad, o adquirir mayores y cada vez más sofisticados conocimientos.

El artículo, si bien es muy interesante, no hace honor al título, y no abunda en la idea de que la curiosidad puede ser una virtud tan valiosa como la inteligencia. En mi opinión la curiosidad, bien dirigida, es una manera muy eficaz de gestionar la gran cantidad de información que recibimos constantemente. A diario nos llegan “gigas” y “gigas” de información que habitualmente ignoramos bien por desconocimiento, o bien por la pereza de tener que procesar tal volumen de datos. Sin embargo, gracias a la curiosidad y si sabemos canalizar los esfuerzos, nuestro nivel de tolerancia de información aumentará considerablemente.

En cambio, lo que si hace el autor es dejar una luz de esperanza para todos aquellos que no tienen altos niveles de coeficiente de curiosidad, pues, según dice, se trata de algo que se puede adquirir y mejorar.  En mi opinión, ya que no da pistas, el primer paso es darse cuenta e indagar sobre qué tipos de información nos causan más inquietud y cómo podemos utilizar esos datos para nuestro beneficio (intelectual, profesional, personal…).

A pesar de que, como suelen decir, “la curiosidad mató al gato”, creo que muchas veces bien merece la pena el riesgo, sobre todo cuando se trata de desarrollar, mejorar, o adquirir conocimientos. Por eso, aunque a estas alturas del año mi mente necesita un descanso, desconectar totalmente me resulta casi imposible, y trato de forzarla, para que, a través de la curiosidad, siga entrando información útil al cerebro que me ayuden en alguno o varios aspectos de mi vida. ¿Cuándo fue la última vez que no te resististe a buscar esa información que explicaba lo que estabas viendo? ¿A preguntar por ese dato que desconocías? Si no te acuerdas, piensa cómo puedes mejorar tus hábitos, y seguro que consigues sacar provecho a un arma tan valiosa como la mismísima inteligencia.