miércoles, 25 de noviembre de 2015

LA PALABRA MÁGICA

Ayer se hizo público que la escuela de negocios de Harvard ha escrito un caso sobre la transformación digital de BBVA en el que se explica cómo ha llevado a cabo esta entidad una innovación sin precedentes en el sector bancario. Innovación  es la palabra estrella en tantos y tantos foros de los más diversos ámbitos e industrias, pero en la mayoría de las veces se queda en eso, en una palabra. Todas las empresas se ven como innovadoras y presumen de aportar grandes innovaciones a sus sectores pero, ¿qué hay del proceso? ¿Cómo llegamos a una innovación en una organización? No siempre decir la palabra estrella conlleva que efectivamente se produzca innovación. Muchas veces más que un vocablo estrella lo tomamos como mágico, que resuelve problema con tan sólo pronunciarla. Hoy en día se promueve la innovación a través de incentivos públicos y privados como una de las tablas de salvación para prácticamente todas las industrias, sin embargo muchas veces se trata de un derroche de dinero que va a parar no se sabe bien adonde y cuyos efectos no están del todo claros. Resulta fundamental que junto a tan mágico término antepongamos esa coletilla de la que hablan los de Harvard en su caso: “cómo llegamos a”.

Existen sectores donde la innovación no es un mero slogan, sino una necesidad vital. Éstos son los que nos pueden dar las claves de cómo alcanzar tan ansiado premio. Uno de ellos, quizá el más descubridor por excelencia es el científico. Se trata de un mundo al que podremos acusar de muchos defectos (en ocasiones alejado de la realidad, endogámico, etc.) pero donde la innovación es su único motor. En conversaciones con diversos científicos detecto cuatro puntos comunes en el tan ansiado camino para la innovación y que son perfectamente trasladables al mundo corporativo: coordinación, espíritu aventurero, proceso y competitividad.

El primero, y sorprendentemente notorio, es la coordinación. Dicho de otro modo, es necesario que exista liderazgo claro para que la innovación se produzca. Alguien debe tener, no sólo visión de futuro, sino la capacidad para transmitírsela al resto, tomar decisiones, dar ejemplo, y más importante, generar expectativas alcanzables y compartidas por todo el grupo. Podríamos añadir a este primer punto algo común a cualquier organización en referencia a la coordinación: cuando hablamos de liderazgo dar ejemplo es el primer paso para conseguir respeto y seguidores a la causa. El lector intrépido de este artículo ya se habrá percatado de que en ningún caso hablo de líder y sí de liderazgo. Esto es porque el que ejerce la acción de liderar no tiene porqué ser siempre el mismo, o el que jerárquicamente sea superior. Estar al frente del proceso de innovar es un rol que puede asumir cualquiera dentro de la organización.

En segundo lugar, es imposible abandonar la comodidad de hacer siempre lo mismo sin un mínimo de espíritu aventurero. Sin que en nuestro interior no exista una voz que nos impulse a arriesgar, a perder algo para ganar mucho. En los científicos más brillantes se percibe una gran emoción por descubrir. Posiblemente éste sea el motor que les inspira en el largo plazo, la esperanza de llegar a metas que antes nadie había alcanzado. Muchas veces (la mayoría) las contribuciones que aportan son modestas, pero en cualquier caso es percibido como un hito emocionante. No tengo claro si se nace ya con este sentimiento, pero los grandes científicos lo comparten de manera evidente.

En tercer lugar, y en contraposición al espíritu aventurero está el proceso. Para llegar a grandes (o pequeñas) metas, primero hay que andar el camino. La Ciencia se hace en el laboratorio, día tras día. Una virtud que, casi por necesidad, cultivan los investigadores es la paciencia. Hay mucho trabajo detrás de cada contribución. Para esto se necesita un alto nivel de auto-exigencia. Es más, aunque el resultado final pueda ser muy emocionante, los pasos para llegar a él son ciertamente aburridos. Ningún científico se pasa día y noche mirando ratones por pasión. Lo hacen por compromiso, por responsabilidad.

Por último, aunque no menos importante, hay un factor evidente que impulsa la innovación. Me di cuenta al ver cómo laboratorios de todo el mundo se esforzaban por llegar los primeros a publicar sus artículos, porque si no, otros lo harían antes. Sin olvidar en ningún momento las exigencias de rigor que imponen las grandes publicaciones científicas, la carrera por la innovación en Ciencia es trepidante. Trasponiendo esta realidad al día a día de los negocios, diríamos que la competencia es fundamental para alimentar la innovación. Las mayores disrupciones se consiguen al desarrollar elementos competitivos en mercados difíciles.

Estos elementos fundamentales en la Ciencia lo son también en las organizaciones empresariales que desean alcanzar altas cotas de innovación para competir en sus sectores. Vemos que tan importante como la innovación en sí, es el proceso para llegar a ella. La palabra mágica estará hueca si no se trabaja en cómo alcanzarla.