En estos últimos días de verano,
me resisto a volver a conectarme al mundo y prefiero seguir en mi nube
vacacional, por lo menos hasta el domingo, pienso seguir disfrutando de la
familia, los amigos y el mar. No obstante, no me puedo resistir a echar un
vistazo a algunos blogs que sigo. Es a la hora de la siesta cuando me tumbo en
el sofá, con la vuelta ciclista a España de fondo, y leo algún post que me haya
cautivado por tener título sugerente.
Tal fue el caso del último
artículo del profesor del University College London, Tomás Chamorro-Premuzic en
el blog de la Harvard Business Review (Aquí
el enlace en inglés). El título me pareció suficientemente atractivo como
para sumergirme en él: “la curiosidad es tan importante como la inteligencia”.
En concreto, Tomás propone tres cualidades psicológicas para mejorar nuestra
habilidad de manejar la compleja y abultada información que nos rodea en
nuestro día a día. Estas son: el coeficiente intelectual, el coeficiente
emocional (la habilidad de percibir, controlar y expresar emociones), y por
último, aunque no menos importante, el coeficiente de curiosidad.
El autor define este coeficiente
como el nivel de “hambre” que tiene nuestra mente. Las personas con un
coeficiente de curiosidad alto son más inquisitivos y abiertos a nuevas
experiencias. A partir de ahí, habla de las ventajas de desarrollar este tipo
de mente, como por ejemplo, tener una mayor tolerancia a la ambigüedad, o
adquirir mayores y cada vez más sofisticados conocimientos.
El artículo, si bien es muy
interesante, no hace honor al título, y no abunda en la idea de que la
curiosidad puede ser una virtud tan valiosa como la inteligencia. En mi opinión
la curiosidad, bien dirigida, es una manera muy eficaz de gestionar la gran
cantidad de información que recibimos constantemente. A diario nos llegan
“gigas” y “gigas” de información que habitualmente ignoramos bien por
desconocimiento, o bien por la pereza de tener que procesar tal volumen de
datos. Sin embargo, gracias a la curiosidad y si sabemos canalizar los
esfuerzos, nuestro nivel de tolerancia de información aumentará
considerablemente.
En cambio, lo que si hace el
autor es dejar una luz de esperanza para todos aquellos que no tienen altos
niveles de coeficiente de curiosidad, pues, según dice, se trata de algo que se
puede adquirir y mejorar. En mi opinión,
ya que no da pistas, el primer paso es darse cuenta e indagar sobre qué tipos
de información nos causan más inquietud y cómo podemos utilizar esos datos para
nuestro beneficio (intelectual, profesional, personal…).
A pesar de que, como suelen
decir, “la curiosidad mató al gato”, creo que muchas veces bien merece la pena
el riesgo, sobre todo cuando se trata de desarrollar, mejorar, o adquirir
conocimientos. Por eso, aunque a estas alturas del año mi mente necesita un
descanso, desconectar totalmente me resulta casi imposible, y trato de
forzarla, para que, a través de la curiosidad, siga entrando información útil
al cerebro que me ayuden en alguno o varios aspectos de mi vida. ¿Cuándo fue la
última vez que no te resististe a buscar esa información que explicaba lo que
estabas viendo? ¿A preguntar por ese dato que desconocías? Si no te acuerdas,
piensa cómo puedes mejorar tus hábitos, y seguro que consigues sacar provecho a
un arma tan valiosa como la mismísima inteligencia.
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