Ayer se hizo público que la
escuela de negocios de Harvard ha escrito un caso sobre la transformación
digital de BBVA en el que se explica cómo ha llevado a cabo esta entidad una
innovación sin precedentes en el sector bancario. Innovación
es la palabra estrella en tantos y tantos foros de los más diversos ámbitos e
industrias, pero en la mayoría de las veces se queda en eso, en una palabra.
Todas las empresas se ven como innovadoras y presumen de aportar grandes
innovaciones a sus sectores pero, ¿qué hay del proceso? ¿Cómo llegamos a una
innovación en una organización? No siempre decir la palabra estrella conlleva
que efectivamente se produzca innovación. Muchas veces más que un vocablo
estrella lo tomamos como mágico, que resuelve problema con tan sólo
pronunciarla. Hoy en día se promueve la innovación a través de incentivos
públicos y privados como una de las tablas de salvación para prácticamente
todas las industrias, sin embargo muchas veces se trata de un derroche de
dinero que va a parar no se sabe bien adonde y cuyos efectos no están del todo
claros. Resulta fundamental que junto a tan mágico término antepongamos esa
coletilla de la que hablan los de Harvard en su caso: “cómo llegamos a”.
Existen sectores donde la
innovación no es un mero slogan, sino una necesidad vital. Éstos son los que
nos pueden dar las claves de cómo alcanzar tan ansiado premio. Uno de ellos,
quizá el más descubridor por excelencia es el científico. Se trata de un mundo
al que podremos acusar de muchos defectos (en ocasiones alejado de la realidad,
endogámico, etc.) pero donde la innovación es su único motor. En conversaciones
con diversos científicos detecto cuatro puntos comunes en el tan ansiado camino
para la innovación y que son perfectamente trasladables al mundo corporativo: coordinación,
espíritu aventurero, proceso y competitividad.
El primero, y sorprendentemente notorio, es la coordinación. Dicho de otro modo, es necesario que exista
liderazgo claro para que la innovación se produzca. Alguien debe tener, no sólo
visión de futuro, sino la capacidad para transmitírsela al resto, tomar
decisiones, dar ejemplo, y más importante, generar expectativas alcanzables y
compartidas por todo el grupo. Podríamos añadir a este primer punto algo común
a cualquier organización en referencia a la coordinación: cuando hablamos de
liderazgo dar ejemplo es el primer paso para conseguir respeto y seguidores a
la causa. El lector intrépido de este artículo ya se habrá percatado de que en
ningún caso hablo de líder y sí de liderazgo. Esto es porque el que ejerce la
acción de liderar no tiene porqué ser siempre el mismo, o el que
jerárquicamente sea superior. Estar al frente del proceso de innovar es un rol
que puede asumir cualquiera dentro de la organización.
En segundo lugar, es imposible
abandonar la comodidad de hacer siempre lo mismo sin un mínimo de espíritu
aventurero. Sin que en nuestro interior no exista una voz que nos impulse a
arriesgar, a perder algo para ganar mucho. En los científicos más brillantes se
percibe una gran emoción por descubrir. Posiblemente éste sea el motor que les
inspira en el largo plazo, la esperanza de llegar a metas que antes nadie había
alcanzado. Muchas veces (la mayoría) las contribuciones que aportan son
modestas, pero en cualquier caso es percibido como un hito emocionante. No
tengo claro si se nace ya con este sentimiento, pero los grandes científicos lo
comparten de manera evidente.
En tercer lugar, y en
contraposición al espíritu aventurero está el proceso. Para llegar a grandes (o
pequeñas) metas, primero hay que andar el camino. La Ciencia se hace en el
laboratorio, día tras día. Una virtud que, casi por necesidad, cultivan los
investigadores es la paciencia. Hay mucho trabajo detrás de cada contribución.
Para esto se necesita un alto nivel de auto-exigencia. Es más, aunque el
resultado final pueda ser muy emocionante, los pasos para llegar a él son
ciertamente aburridos. Ningún científico se pasa día y noche mirando ratones
por pasión. Lo hacen por compromiso, por responsabilidad.
Por último, aunque no menos
importante, hay un factor evidente que impulsa la innovación. Me di cuenta al
ver cómo laboratorios de todo el mundo se esforzaban por llegar los primeros a
publicar sus artículos, porque si no, otros lo harían antes. Sin olvidar en
ningún momento las exigencias de rigor que imponen las grandes publicaciones
científicas, la carrera por la innovación en Ciencia es trepidante.
Trasponiendo esta realidad al día a día de los negocios, diríamos que la
competencia es fundamental para alimentar la innovación. Las mayores
disrupciones se consiguen al desarrollar elementos competitivos en mercados
difíciles.
Estos elementos fundamentales en
la Ciencia lo son también en las organizaciones empresariales que desean
alcanzar altas cotas de innovación para competir en sus sectores. Vemos que tan
importante como la innovación en sí, es el proceso para llegar a ella. La
palabra mágica estará hueca si no se trabaja en cómo alcanzarla.
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