Después de un mes de viaje, y
después de haber conocido partes de África impresionantes, estoy de vuelta en
Madrid. El caso es que, desde los calurosos días de julio en esta ciudad,
recuerdo este viaje como lejano, no sólo en la distancia sino en el tiempo. Es
muy difícil plasmar en un post los momentos vividos, y tampoco es este el foro
adecuado; pero si hay algo que me ha llamado mucho la atención durante parte de
mi estancia en Botswana, y que constantemente me incitaba a comentarlo en
EMBArcados. Lo he titulado, “el ojo del guía”.
He tenido el enorme privilegio de
pasar unos días en el corazón del Delta del Okavango, una de esas maravillas
geológicas y naturales que difícilmente puede entender el hombre. En este lugar
he podido realizar todo tipo de safaris (excursiones para contemplar la fauna),
entre otros, safaris a pie, con la connotación salvaje y excitante que ello
tiene. En este tipo de safaris, lo grandioso no es tanto ver animales (que
también lo es) sino experimentar, desde el silencio más absoluto y en un
entorno completamente salvaje, la naturaleza en su más pura esencia. Como
podréis suponer, este tipo de travesías no las hemos hecho, en ningún caso,
solos. En todo momento estábamos acompañados por personas experimentadas que
nos guiaban por la selva más virgen que se puede visitar en África.
El comportamiento de estos guías
es lo que me ha causado una profunda impresión. Se trata de expertos en el
territorio en el que se mueven, que conocen bien el comportamiento de los
animales y que saben manejar al turista occidental en un entorno totalmente
desconocido para ellos. Más allá de la profesionalidad que tienen (supongo que
habrá de todo), yo he tenido la suerte de conocer a varios con una
característica común: saben mirar. Parece obvio, pero no es fácil enfrentarse a
un problema desde cero y saber qué hay que mirar, qué se debe analizar, en qué
enfocarse, para diagnosticarlo y resolverlo. Dado que la naturaleza es
esencialmente cambiante, cada mañana que salíamos a caminar con los guías por
el Delta del Okavango, la situación era distinta al día anterior: los leones
cambian de ubicación, los hipopótamos se refugian en nuevos sitios, los
leopardos y las hienas buscan nuevos lugares para cazar… todo cambia. Por eso
es clave tener la mirada entrenada para enfrentarse a problemas distintos cada
día y no perder horas hasta encontrar qué datos son los importantes.
Como decía el profesor del IESE
Jose Luis Illueca, un espía del Mosad, cuando entra en una habitación por
primera vez, antes de nada, se dedica a buscar las salidas, que son claves para
su supervivencia. Del mismo modo, nosotros tenemos que aprender a mirar. Esto
implica tres aspectos a desarrollar: (1) saber qué busco: es decir, qué
información necesito para diagnosticar un problema, para llevar a cabo un
objetivo, etc. (2) dónde lo busco: cuáles son mis fuentes de información; en el
caso de los guías del Okavango, en las pisadas de animales, en el olor del
ambiente, en la dirección del viento, en el comportamiento de otros animales,
etc. Y (3) cómo lo busco; es decir, de qué herramientas dispongo para buscar
esa información necesaria. Por ejemplo, los guías disponen, esencialmente de
dos herramientas: los sentidos (sobre todo la vista, el oído y el olfato) y la
memoria de experiencias anteriores.
Si somos capaces de hacernos el
mapa de cada situación de un modo automático y, sobre todo, si entrenamos
nuestra “vista”, de tal manera que espontáneamente dirijamos nuestros esfuerzos
hacia los puntos clave en cada situación, el periodo de diagnóstico de los
problemas se acorta y esto reduce esfuerzos y riesgo de equivocarnos.
Si al acercarnos a una manada de
elefantes con crías, el guía tarda demasiado tiempo en identificar la dirección
del viento (con el objetivo de evitar que les llegue nuestro olor), bien porque
no sabe qué indicadores mirar, dónde encontrar esos indicadores o cómo
detectarlos, lo más probable es que se encuentre con un problema gordo.
Por suerte, en casi todos los
casos de mi viaje a África, la sensación que me llevé fue que nuestros guías
eran ágiles detectando e interpretando estos indicadores, y que supieron
resolver todas las situaciones de potencial conflicto en las que nos
encontramos. Lo cual hizo de nuestro viaje por el corazón de África una de las
mejores vivencias que he podido disfrutar en toda mi vida.
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