martes, 22 de julio de 2014

EL OJO DEL GUÍA

Después de un mes de viaje, y después de haber conocido partes de África impresionantes, estoy de vuelta en Madrid. El caso es que, desde los calurosos días de julio en esta ciudad, recuerdo este viaje como lejano, no sólo en la distancia sino en el tiempo. Es muy difícil plasmar en un post los momentos vividos, y tampoco es este el foro adecuado; pero si hay algo que me ha llamado mucho la atención durante parte de mi estancia en Botswana, y que constantemente me incitaba a comentarlo en EMBArcados. Lo he titulado, “el ojo del guía”.

He tenido el enorme privilegio de pasar unos días en el corazón del Delta del Okavango, una de esas maravillas geológicas y naturales que difícilmente puede entender el hombre. En este lugar he podido realizar todo tipo de safaris (excursiones para contemplar la fauna), entre otros, safaris a pie, con la connotación salvaje y excitante que ello tiene. En este tipo de safaris, lo grandioso no es tanto ver animales (que también lo es) sino experimentar, desde el silencio más absoluto y en un entorno completamente salvaje, la naturaleza en su más pura esencia. Como podréis suponer, este tipo de travesías no las hemos hecho, en ningún caso, solos. En todo momento estábamos acompañados por personas experimentadas que nos guiaban por la selva más virgen que se puede visitar en África.

El comportamiento de estos guías es lo que me ha causado una profunda impresión. Se trata de expertos en el territorio en el que se mueven, que conocen bien el comportamiento de los animales y que saben manejar al turista occidental en un entorno totalmente desconocido para ellos. Más allá de la profesionalidad que tienen (supongo que habrá de todo), yo he tenido la suerte de conocer a varios con una característica común: saben mirar. Parece obvio, pero no es fácil enfrentarse a un problema desde cero y saber qué hay que mirar, qué se debe analizar, en qué enfocarse, para diagnosticarlo y resolverlo. Dado que la naturaleza es esencialmente cambiante, cada mañana que salíamos a caminar con los guías por el Delta del Okavango, la situación era distinta al día anterior: los leones cambian de ubicación, los hipopótamos se refugian en nuevos sitios, los leopardos y las hienas buscan nuevos lugares para cazar… todo cambia. Por eso es clave tener la mirada entrenada para enfrentarse a problemas distintos cada día y no perder horas hasta encontrar qué datos son los importantes.

Como decía el profesor del IESE Jose Luis Illueca, un espía del Mosad, cuando entra en una habitación por primera vez, antes de nada, se dedica a buscar las salidas, que son claves para su supervivencia. Del mismo modo, nosotros tenemos que aprender a mirar. Esto implica tres aspectos a desarrollar: (1) saber qué busco: es decir, qué información necesito para diagnosticar un problema, para llevar a cabo un objetivo, etc. (2) dónde lo busco: cuáles son mis fuentes de información; en el caso de los guías del Okavango, en las pisadas de animales, en el olor del ambiente, en la dirección del viento, en el comportamiento de otros animales, etc. Y (3) cómo lo busco; es decir, de qué herramientas dispongo para buscar esa información necesaria. Por ejemplo, los guías disponen, esencialmente de dos herramientas: los sentidos (sobre todo la vista, el oído y el olfato) y la memoria de experiencias anteriores.

Si somos capaces de hacernos el mapa de cada situación de un modo automático y, sobre todo, si entrenamos nuestra “vista”, de tal manera que espontáneamente dirijamos nuestros esfuerzos hacia los puntos clave en cada situación, el periodo de diagnóstico de los problemas se acorta y esto reduce esfuerzos y riesgo de equivocarnos.

Si al acercarnos a una manada de elefantes con crías, el guía tarda demasiado tiempo en identificar la dirección del viento (con el objetivo de evitar que les llegue nuestro olor), bien porque no sabe qué indicadores mirar, dónde encontrar esos indicadores o cómo detectarlos, lo más probable es que se encuentre con un problema gordo.

Por suerte, en casi todos los casos de mi viaje a África, la sensación que me llevé fue que nuestros guías eran ágiles detectando e interpretando estos indicadores, y que supieron resolver todas las situaciones de potencial conflicto en las que nos encontramos. Lo cual hizo de nuestro viaje por el corazón de África una de las mejores vivencias que he podido disfrutar en toda mi vida.

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