Hace tan sólo tres meses publiqué
en EMBArcados un post dedicado a una de las grandes preguntas que nos hacemos
aquellos que nos enfrentamos a la toma de decisiones en diferentes ámbitos:
¿Estadística o intuición? (aquí
el enlace). Me encantó contemplar las diferentes reacciones que fui
percibiendo sobre el artículo, las cuales siguieron un patrón típico en estos
casos: al principio felicitaciones y recomendaciones en redes sociales, después
comentarios vagos o eufemístico, y finalmente críticas al núcleo del asunto: ¿pero
es que no podemos confiar en la intuición?
Todos conocemos grandes expertos
en diferentes campos, desde la medicina hasta la economía, pasando por la
psicología, la meteorología, etc. Sin embargo, no siempre sus predicciones
intuitivas se cumplen. De hecho habitualmente suelen fallar más que los
algoritmos que tratan de hacer las mismas predicciones tomando la estadística
como base. En otras ocasiones si aciertan, el problema es discernir cuándo
podemos fiarnos de la intuición y cuando no.
Casualmente me he encontrado con
un artículo que trata sobre el tema (bueno, reconozco que no ha sido tan
casual). El artículo en inglés se titula: “Conditions for Intuitive Expertise:
A Failure to Disagree”. Básicamente trata de encontrar los supuestos que nos
podrían llevar a confiar en la intuición. El artículo lo escribieron dos
expertos en la materia con visiones encontradas sobre el uso de la intuición.
Sin embargo llegaron a puntos en común que quizá nos puedan servir como guía al
resto de los mortales. Ellos son Daniel Kahneman (premio Nobel de economía) y
Gary Klein, máximo exponente de la corriente de académicos que abogan por el
denominado NDM (“Naturalistic Decision Making”).
Aunque de visiones contrapuestas,
son capaces de responder a una pregunta esencial a este respecto: ¿cuándo
podemos confiar en la opinión de un experto? En concreto ellos plantean dos
premisas fundamentales:
-
Que el ámbito donde se estén tomando decisiones
sea suficientemente regular como para ser predecible,
-
que el decisor haya tenido oportunidad de
aprender esta “regularidad” a través de la práctica prolongada.
Dos ejemplos del ámbito médico
ilustran muy bien esta situación: por un lado los anestesistas son
especialistas que reciben retroalimentación de sus decisiones en el mismo
momento que las toman a través del efecto que causan. Esta situación les
permite aprender esa “regularidad” de la que hablamos gracias a la repetición, y
les sitúa en buena posición para desarrollar una intuición útil. En cambio los
radiólogos son médicos que rara vez conocen los efectos de sus diagnósticos
dada la operativa habitual de los hospitales, y que por tanto les impide
desarrollar una intuición práctica que le ayude a tomar decisiones.
Mucho antes que estos dos
científicos, Santo Tomás de Aquino ya escribió su tratado sobre la prudencia,
el cual es una guía excelente para todo aquel que desee profundizar en el
asunto. En este tratado defiende la prudencia como aquella virtud que debe
regir a la hora de tomar decisiones tanto en el ámbito personal, como familiar,
político, militar y gubernativo. Y precisamente Santo Tomás define la prudencia
como un “hábito que perfecciona la razón práctica”. En esta definición casa
perfectamente con el artículo de Kahnemann y Klein: se trata de algo que debe
ser habitual y que debe estar muy practicado.
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