Este fin de semana estuve viendo un musical
que han organizado unos chicos de un instituto de la comunidad de Madrid. Eran
jóvenes y el musical supuestamente “amateur”, pero el despliegue y la calidad
(tanto escénica como musical) me parecieron muy buenos, creo que todos salimos
muy sorprendidos por lo bien que salió. El tema del musical era una leyenda
medieval de dos hermanos gemelos que su madre tiene que separar por culpa de una
maldición. Ésta les condenaba a que a uno le fuera muy mal en la vida y a otro
le fuera muy bien. Uno se hizo rico, pues su madre lo abandonó en una casa de unos
nobles y el otro sobrevivía como mercader. Aunque la maldición la había
impuesto una hechicera con tres cabezas, la situación me recordó a muchas
situaciones reales de nuestro día a día.
Cada día vemos cómo hay gente a nuestro
alrededor a los que parece que la vida les sonríe mientras que a otros sólo les
ocurren desgracias. Ambos, tanto los primeros como los segundos, parecen estar
en las mismas condiciones, e incluso hasta han disfrutado de oportunidades parecidas,
pero sin embargo, todo les va mal a unos
y a otros todo bien. En algunos casos se trata de circunstancias, algunas
agradables otras desgraciadas, que podrían achacarse al destino, pero en otros
se trata de situaciones menos casuales y más causales. En mi opinión hay dos
factores que se conjugan en estas situaciones: el primero, intrínseco, es la
predisposición y actitud de cada uno; esto condiciona indudablemente los resultados
ya que sólo el hecho de tener la mente enfocada en el éxito o en el fracaso nos
lleva por un camino u otro. Esto me parece fascinante, por tanto creo que lo
desarrollaré en otro post. El segundo factor, no menos fascinante, nos viene
dado por el ambiente que nos rodea y es causa de aquellos que nos educan, nos
supervisan y nos dan apoyo. Al igual que en la leyenda medieval, es evidente que
no es lo mismo desarrollarte bajo unas circunstancias u otras.
Esta idea no debería dejarnos indiferentes y
rendidos a que las circunstancias determinan nuestra condición. En muchos casos
nosotros somos parte de las circunstancias de otra gente y nuestra actitud
hacia ellos puede condicionar su desarrollo igualmente. No sólo nuestros hijos,
también aquellos que tienen personas a su cargo, deben ser conscientes de que
el modo en que les tratamos, condiciona su desarrollo y crecimiento personal y
profesionales.
¿Cómo podemos nosotros ayudar al desarrollo
de los que nos rodean? Existen tres principios básicos: ser ejemplo, no suponer
obstáculo y hacer ver las consecuencias de las decisiones que se van tomando.
Esto ayuda a cualquiera a crecer y desarrollarse, pero no es suficiente. Existe,
además, un componente situacional que no podemos perder de vista: hay que
conocer las circunstancias emocionales de cada uno para saber cómo tratarlos.
El apoyo emocional que se le da a una persona es función del grado de madurez
que ésta ha desarrollado y, por tanto, debería condicionar nuestra actitud
hacia ella. Cuando la persona es poco madura, el apoyo emocional debe ser bajo,
sólo necesita que le demos tarea e instrucciones para poder desarrollar hábitos
que le ayuden a su desarrollo. A medida que van evolucionando y encontrando
dificultades nuestro nivel de apoyo emocional debe ir creciendo de manera
exponencial. Hay un punto en el que esta tendencia llega a un máximo y cambia
el sentido. A partir de ese momento, el apoyo emocional necesario para el
desarrollo de una persona, disminuye a medida que aumenta su madurez. Adaptarse
a las circunstancias de cada persona apoyándose en los tres principios básicos,
es clave para poder dirigir personas de manera eficaz y contributiva a su
desarrollo.
Una maldición es una maldición, no podemos
deshacernos de ella a no ser que la bruja deshaga el hechizo pero, para los que
no somos brujos, hay pequeñas maldiciones que podemos invertir: hacer magia, al
mismo tiempo que ayudamos a otros a desarrollarse.
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