lunes, 4 de noviembre de 2013

Valores

Por Jorge Barcelona.

Me considero un frustrado hombre de letras. Así, a pesar de ser un ingeniero (re)formado en el IESE,  no encuentro demasiado sugerente la exactitud y ortodoxia de la ciencia; al contrario de lo que me ocurre con ciertas cuestiones sobre pensamiento.

Me ocurre lo mismo cuando se trata de sentimientos negativos. Si tolero, quizá con la resignación del que se sabe pecador, una falta matemática; no me ocurre lo mismo cuando es el lenguaje lo que se prostituye. El lenguaje es el instrumento con el que expresamos emociones, con el que definimos el sentido de nuestra vida, y que nos permite ser conscientes de lo que somos. Por eso, me exaspera cuando alguien, regateando en lo intrincado de las emociones, abusa del lenguaje y despega las palabras de su significado.

Viene todo esto a cuenta de ciertas palabras y conceptos muy usados hoy en día, que, al modo de aquella célebre canción, se les ha gastado el significado de tanto usarlo. Como un virus que se hace resistente a un antibiótico, el hecho de nombrar tanto esas palabras, al modo de una jaculatoria que ahuyente los malos espíritus, no hace que las cosas sucedan.

En la empresa, hay quizá dos conceptos que se (ab)usan a todas horas: los valores y los recursos humanos. De los segundos, porfío a los tres o cuatro que lean este escrito que encuentren una empresa que no diga aquello de nuestros empleados son el mejor activo de esta empresa.  Todavía no sé muy bien lo que eso significa. Miré mi nombre en el balance y no lo encontré.

De los primeros, igual. Todas empresas ponen en su frontispicio la palabra valores. Hoy hablaré de los valores.

Todas empresas tienen valores. Todas. El gran carnaval de la información que supone internet ha significado que todas empresas hayan proclamado voz en cuello a sus interesados (empleados, clientes, proveedores y accionistas) una declaración de valores. Por supuesto, en esta declaración, los valores que aparecen son de una pureza que me atrevería de calificar de cuasi divina, mística.  Vuelvo a porfiar a los dos o tres contumaces lectores que, pese a todo,  continúen leyendo,  a que se lean la declaración de valores de su empresa. Si uno sólo, repito, uno sólo no está de acuerdo con dicha declaración, puede reclamarme una satisfacción. También apuesto a que muchos, no hallarán rastro de esos valores en su empresa.

Como he dicho antes, la cuestión es que toda empresa tiene valores. Y es verdad; aunque quizá los valores reales de la empresa, nada tengan que ver con los que, contritos, rezan en sus salvíficas declaraciones de principios. Cuando hacemos referencia a los valores de una empresa, todos damos por sentado que los valores son buenos valores. Faltaría más. Nadie va a poner de manifiesto que los principios que guían la acción de una empresa son la codicia, la avaricia, el cortoplacismo o la envidia. Claro que no. En el fondo, tanto cuando trabajamos como cuando confiamos en una empresa para resolver una necesidad, nos gusta creer que nuestras acciones trascienden y se identifican con valores que nos hacen sentir orgullosos. Sin embargo, la realidad es que, en el quehacer diario, muchas empresas sí que se rigen por los valores anteriormente citados.

Si nos ponemos técnicos o puristas, podríamos decir que los valores que figuran en las famosas declaraciones podrían llamarse valores externos o explícitos, mientras que los valores que definen la acción cotidiana de una empresa son los internos o implícitos.  ¿Y qué ocurre cuando valores implícitos y explícitos no sólo son diferentes,  sino que incluso pueden ser contradictorios? Veamos. Si esto ocurre de forma consciente, decir lo contrario de lo que se piensa/hace con intención de engañar es la definición que da el catecismo de la mentira. No estoy seguro de cuál es el término que define una actuación inconsciente en contra de lo que se proclama, aunque lo primero que se me viene a la cabeza es esquizofrenia.

Como empleado, cliente, proveedor o (potencial) accionista de una empresa, no es la clase de disyuntiva a la que quisiera enfrentarme. La elección entre una mentira y una esquizofrenia, no me inspira sentimientos muy  halagüeños. Estoy seguro que el lector que, inasequible al desaliento, ha llegado a este punto, (y que, a buen seguro,  guarda una relación  familiar de primer grado con un servidor) tampoco se sentiría  orgullos@ de formar parte de una mentira o de una esquizofrenia. Las empresas que sufran uno de estos males, o los dos, están en el camino del fracaso. Provocan insatisfacción y desconfianza en sus empleados, resignación en sus clientes, vergüenza en sus accionistas y recelo en sus proveedores. A la larga, acaba afectando al tótem al que  todo directivo, embustero o esquizofrénico, rinde pleitesía: la cuenta de resultados.  

Pondré un ejemplo. Hace meses, en una decisión que todo el mundo consideró arbitraria, YPF fue expropiada a Repsol por el gobierno argentino. Tras tal arbitrariedad, se encontraba la codicia que despertó el descubrimiento del célebre yacimiento de Vaca Muerta. Tiempo después, se supo que la norteamericana Chevron había alcanzado un acuerdo con el gobierno argentino para explotar conjuntamente este yacimiento. De esta forma, descubrimos otro codicioso, esta vez norteamericano, que se aprovechó de un atropello para engordar su cuenta de resultados.
En la web de Chevron,  he encontrado varias referencias a los valores, aquí (http://www.chevron.com/corporateresponsibility/approach/ethicsgovernance/)  y aquí (http://www.chevron.com/about/chevronway/) . Bueno, parece ser que estos valores se despistaron un tanto cuando se trató de exprimir la tierra en el remoto lugar llamado Vaca Muerta. ¿Qué mensaje envía aquí esta empresa? Cuando un empleado se enfrente a un dilema, el valor que guiará su decisión lo marcará no la beatífica enumeración de valores que aparece arriba, sino lo que sus jefes decidieron. Primero la cuenta de resultados, y luego the highest ethical standards in all dealings… ¿ Mentira o esquizofrenia?  A saber. Lo que sí sabemos, es que acción a acción, decisión a decisión en esta línea, nadie terminará por sentirse orgulloso de participar de aquella empresa.

Bueno, no arriesgaré más. No permitiré que el lector abandone y esto se convierta en un monólogo. Los valores dan para mucho, seguiremos hablando de ellos. 

Jorge de Barcelona

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