Por Jorge Barcelona.
Me considero un frustrado hombre de letras. Así, a pesar de ser un ingeniero (re)formado en el IESE, no encuentro demasiado sugerente la exactitud y ortodoxia de la ciencia; al contrario de lo que me ocurre con ciertas cuestiones sobre pensamiento.
Me considero un frustrado hombre de letras. Así, a pesar de ser un ingeniero (re)formado en el IESE, no encuentro demasiado sugerente la exactitud y ortodoxia de la ciencia; al contrario de lo que me ocurre con ciertas cuestiones sobre pensamiento.
Me ocurre lo mismo cuando se trata de sentimientos
negativos. Si tolero, quizá con la resignación del que se sabe pecador, una
falta matemática; no me ocurre lo mismo cuando es el lenguaje lo que se
prostituye. El lenguaje es el instrumento con el que expresamos emociones, con
el que definimos el sentido de nuestra vida, y que nos permite ser conscientes
de lo que somos. Por eso, me exaspera cuando alguien, regateando en lo
intrincado de las emociones, abusa del lenguaje y despega las palabras de su
significado.
Viene todo esto a cuenta de ciertas palabras y conceptos muy
usados hoy en día, que, al modo de aquella célebre canción, se les ha gastado
el significado de tanto usarlo. Como un virus que se hace resistente a un
antibiótico, el hecho de nombrar tanto esas palabras, al modo de una
jaculatoria que ahuyente los malos espíritus, no hace que las cosas sucedan.
En la empresa, hay quizá dos conceptos que se (ab)usan a
todas horas: los valores y los recursos humanos. De los segundos, porfío a los
tres o cuatro que lean este escrito que encuentren una empresa que no diga
aquello de nuestros empleados son el
mejor activo de esta empresa. Todavía no sé muy bien lo que eso significa.
Miré mi nombre en el balance y no lo encontré.
De los primeros, igual. Todas empresas ponen en su
frontispicio la palabra valores. Hoy
hablaré de los valores.
Todas empresas tienen valores. Todas. El gran carnaval de la
información que supone internet ha significado que todas empresas hayan proclamado
voz en cuello a sus interesados (empleados, clientes, proveedores y
accionistas) una declaración de valores. Por supuesto, en esta declaración, los
valores que aparecen son de una pureza que me atrevería de calificar de cuasi
divina, mística. Vuelvo a porfiar a los
dos o tres contumaces lectores que, pese a todo, continúen leyendo, a que se lean la declaración de valores de su
empresa. Si uno sólo, repito, uno sólo no está de acuerdo con dicha
declaración, puede reclamarme una satisfacción. También apuesto a que muchos,
no hallarán rastro de esos valores en su empresa.
Como he dicho antes, la cuestión es que toda empresa tiene
valores. Y es verdad; aunque quizá los valores reales de la empresa, nada
tengan que ver con los que, contritos, rezan en sus salvíficas declaraciones de
principios. Cuando hacemos referencia a los valores de una empresa, todos damos
por sentado que los valores son buenos
valores. Faltaría más. Nadie va a poner de manifiesto que los principios
que guían la acción de una empresa son la codicia, la avaricia, el cortoplacismo
o la envidia. Claro que no. En el fondo, tanto cuando trabajamos como cuando
confiamos en una empresa para resolver una necesidad, nos gusta creer que
nuestras acciones trascienden y se identifican con valores que nos hacen sentir
orgullosos. Sin embargo, la realidad es que, en el quehacer diario, muchas
empresas sí que se rigen por los valores anteriormente citados.
Si nos ponemos técnicos
o puristas, podríamos decir que
los valores que figuran en las famosas declaraciones podrían llamarse valores
externos o explícitos, mientras que los valores que definen la acción cotidiana
de una empresa son los internos o implícitos.
¿Y qué ocurre cuando valores implícitos y explícitos no sólo son
diferentes, sino que incluso pueden ser
contradictorios? Veamos. Si esto ocurre de forma consciente, decir lo contrario
de lo que se piensa/hace con intención de engañar es la definición que da el
catecismo de la mentira. No estoy seguro de cuál es el término que define una
actuación inconsciente en contra de lo que se proclama, aunque lo primero que
se me viene a la cabeza es esquizofrenia.
Como empleado, cliente, proveedor o (potencial) accionista
de una empresa, no es la clase de disyuntiva a la que quisiera enfrentarme. La
elección entre una mentira y una esquizofrenia, no me inspira sentimientos
muy halagüeños. Estoy seguro que el
lector que, inasequible al desaliento, ha llegado a este punto, (y que, a buen
seguro, guarda una relación familiar de primer grado con un servidor)
tampoco se sentiría orgullos@ de formar
parte de una mentira o de una esquizofrenia. Las empresas que sufran uno de
estos males, o los dos, están en el camino del fracaso. Provocan insatisfacción
y desconfianza en sus empleados, resignación en sus clientes, vergüenza en sus
accionistas y recelo en sus proveedores. A la larga, acaba afectando al tótem
al que todo directivo, embustero o
esquizofrénico, rinde pleitesía: la cuenta de resultados.
Pondré un ejemplo. Hace meses, en una decisión que todo el
mundo consideró arbitraria, YPF fue expropiada a Repsol por el gobierno
argentino. Tras tal arbitrariedad, se encontraba la codicia que despertó el
descubrimiento del célebre yacimiento de Vaca Muerta. Tiempo después, se supo
que la norteamericana Chevron había alcanzado un acuerdo con el gobierno
argentino para explotar conjuntamente este yacimiento. De esta forma,
descubrimos otro codicioso, esta vez norteamericano, que se aprovechó de un
atropello para engordar su cuenta de resultados.
En la web de Chevron,
he encontrado varias referencias a los valores, aquí (http://www.chevron.com/corporateresponsibility/approach/ethicsgovernance/)
y aquí (http://www.chevron.com/about/chevronway/)
. Bueno, parece ser que estos valores se despistaron un tanto cuando se trató
de exprimir la tierra en el remoto lugar llamado Vaca Muerta. ¿Qué mensaje
envía aquí esta empresa? Cuando un empleado se enfrente a un dilema, el valor
que guiará su decisión lo marcará no la beatífica enumeración de valores que
aparece arriba, sino lo que sus jefes decidieron. Primero la cuenta de
resultados, y luego the highest ethical
standards in all dealings… ¿ Mentira o esquizofrenia? A saber. Lo que sí sabemos, es que acción a
acción, decisión a decisión en esta línea, nadie terminará por sentirse
orgulloso de participar de aquella empresa.
Bueno, no arriesgaré más. No permitiré que el lector
abandone y esto se convierta en un monólogo. Los valores dan para mucho,
seguiremos hablando de ellos.
Jorge de Barcelona
Jorge de Barcelona
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