El coaching no es un fenómeno
nuevo. Que yo recuerde, y eso que tengo poca memoria, desde Alejandro Magno ya
se venía practicando esta actividad de forma muy lucrativa. Grandes figuras de
la humanidad tuvieron un mentor que les ayudó a tomar decisiones y crecer como
personas. Estrujando un poco la memoria me vienen ejemplos a la cabeza como
Mozart, Leonardo Da Vinci o en tiempos más recientes, Rafa Nadal. Incluso me vienen otros que no tuvieron
mentor y que les fue mal (me encantan este tipo de demagogias).
¿Y yo?, si no tengo mentor, ¿estoy
perdido? o, como poco, ¿condenado a que me vaya mal? En mi opinión si no tienes
un buen mentor sería bueno buscarse una buena pareja que, al menos tenga la
voluntad de ponernos en nuestro sitio cuando llegue el momento. Y, si no hay
ser vivo que sea capaz de convivir contigo, entonces debes practicar el sano
ejercicio de la humildad. La humildad es el arma secreta de los que no tienen
mentor. Esto creo que me da para otro post: “el arma secreta de los que no
tienen mentor” (próximamente).
Volviendo al tema que nos ocupa,
considero que no hay que confundir coach o mentor con gurú, experto o simplemente
consultor. Mucha gente recurre a ciertos profesionales por los conocimientos
que supuestamente tienen o porque han salido en la tele. Estos son los que llamamos
gurús y que nos pueden ayudar con algún aspecto puntual de nuestra vida,
normalmente laboral (aunque también cubren aspectos personales como los
consejeros matrimoniales). Por el contrario, si lo que necesitas es una ayuda,
que te impulse a crecer en todos los planos de tu vida y a desarrollarte no
sólo como un buen profesional, sino como una buena persona, entonces las
alternativas son las mismas hoy que hace mil años: un cura (o un psicólogo en
su versión más moderna) o un amigo, es decir alguien que no te tenga miedo, que
te conozca bien y que te quiera. Esto es un mentor, del griego Méntor,
personaje de la Odisea, consejero de Telémaco.
Te tiene que conocer bien en tu
faceta profesional y en el plano personal. Ambos son importantes y en ambos
somos distintos. También te tiene que querer. Con esto me refiero a que te
tenga respeto, valore lo que haces y te lo demuestre. Por último, es
fundamental que sea capaz de decirte las cosas: que sepa darte buenas y malas
noticias. La diferencia entre un buen y un mal mentor es que el segundo te da
cariño, te da consejos, pero no te da empujoncitos ni jarros de agua fría. Sin
empujoncitos ni jarros de agua fría no vamos a ninguna parte.
Ante las decisiones difíciles de
la vida buscamos orientación en otras personas, preguntando y recabando
opiniones, no obstante, rara vez alguien se arriesga a decirnos abiertamente lo
que mejor nos conviene. Un mentor debe ser capaz de darnos el empujoncito
necesario para que no nos quedemos paralizados, con la seguridad de que nos
conoce suficientemente bien como para no tener miedo a las consecuencias.
Por otra parte,
es bastante evidente que si alguien no es capaz de darte malas noticias no es digno
de hacerse llamar mentor. Los jarros de agua fría están a la vuelta de la
esquina y si posponemos nuestro encuentro con ellos se acumulan y sientan mucho
peor.
En resumen, no pretendo, con este
post, hacer la radiografía de un buen coach, tampoco defender la necesidad de
la figura del mentor. Pero creo que puestos a buscar consejeros para nuestras
decisiones más profundas, debemos tener claro qué buscamos en aquellas personas
que nos rodean y saber diferenciar entre consultores (o gurús) y mentores o
coach. Sobre estos últimos, averiguar su capacidad de dar empujoncitos y su
estilo de dar malas noticias, en mi opinión, es esencial.
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