lunes, 25 de noviembre de 2013

MIEDOS

Hace un par de semanas me llamó un buen amigo todo orgulloso para contarme que había ido a Tenerife y que el viaje lo había hecho de lo más relajado. Al principio no me percaté de qué quería decir con eso, pero en cuanto me soltó: “si yo lo he hecho, tú puedes superar tu miedo a las agujas”. Entonces recordé que mi amigo tiene (o tenía) pánico a volar (en aviones). Le animé a que escribiera su experiencia y así podríamos publicarlo en EMBArcados, pero no lo vio claro y decidí robarle la idea.

Efectivamente, tengo un miedo irracional a las agujas (y a casi todo lo que tenga que ver con estar metido en un hospital), lo confieso, pero también confieso que he aprendido, para mi alivio, que no soy el único; y no me refiero a tener ese miedo en concreto, sino que no soy el único que tiene miedo a algo. Los miedos son parte natural de los seres humanos, en mi opinión, son la mejor muestra de que además de humanos somos animales. Hay muy pocos sentimientos tan irracionales, y por lo tanto, tan poco humanos, como el miedo. Quizá el amor se le aproxime, pero incluso el amor tiene algo de racional (dejo esta discusión para foros más filosóficos). En cambio, el argumento que planteo es el siguiente: si el miedo es un sentimiento irracional y si además es parte de nuestra condición animal, el miedo es, por tanto, parte natural de nosotros. Además creo que se expresa en mayor o menor grado, y en unos planos u otros, según las personas. Pero todos tenemos miedo a algo.

¿Y a dónde me lleva todo esto? A que en las organizaciones, como estructuras formadas por personas que son, existen miedos. Muchos afloran y se perciben a simple vista. Por ejemplo, es fácil detectar cuando una organización tiene estrategia conservadora, no toma riesgos en su política de compras, etc. Estos miedos no son más que los miedos de las personas que gestionan la organización. Y del mismo modo, existen miedos ocultos o miedos que no se perciben a simple vista. Por ejemplo decisiones políticas o venta de participaciones por miedos familiares.

No obstante los miedos que más interesan, y sobre los que cada uno podemos actuar, son los que tenemos nosotros mismos y las personas que nos rodean. Conocer qué sesgos o miedos tienen nuestros colaboradores nos va a ayudar a entender mejor el porqué de sus actos. Por ejemplo, saber que un colaborador siente total aversión al riesgo o que tiene miedo a perder su sueldo, nos ayuda a trabajar mejor con él o ella, pues entenderemos muchas de sus decisiones. Mucho más si los miedos que conocemos son los propios. Éstos son los más difíciles de alcanzar, y sin embargo deberían ser los primeros que analizásemos. Conocernos a nosotros mismos pasa por conocer nuestros miedos. Este ejercicio de reflexión (que no se consigue en una tarde, sino en mucho tiempo) es la base para entender nuestras propias decisiones.


Saber cuál es el color del cristal de nuestras gafas, conocer qué ven nuestros ojos cuando miran al mundo, parece obvio, pero es una tarea que requiere tiempo y dedicación a uno mismo. El resultado merece la pena, en primer lugar, es el mejor punto de partida para entender a los demás. En segundo lugar, te da una perspectiva más veraz de las cosas, pues somos conscientes de nuestros propios sesgos. Por último, nos recuerda que tenemos una parte animal de la que no debemos olvidarnos y que juega un papel relevante en la toma de decisiones.

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