Hace un par de semanas me llamó un buen amigo
todo orgulloso para contarme que había ido a Tenerife y que el viaje lo había
hecho de lo más relajado. Al principio no me percaté de qué quería decir con
eso, pero en cuanto me soltó: “si yo lo he hecho, tú puedes superar tu miedo a
las agujas”. Entonces recordé que mi amigo tiene (o tenía) pánico a volar (en
aviones). Le animé a que escribiera su experiencia y así podríamos publicarlo
en EMBArcados, pero no lo vio claro y decidí robarle la idea.
Efectivamente, tengo un miedo irracional a
las agujas (y a casi todo lo que tenga que ver con estar metido en un
hospital), lo confieso, pero también confieso que he aprendido, para mi alivio,
que no soy el único; y no me refiero a tener ese miedo en concreto, sino que no
soy el único que tiene miedo a algo. Los miedos son parte natural de los seres
humanos, en mi opinión, son la mejor muestra de que además de humanos somos
animales. Hay muy pocos sentimientos tan irracionales, y por lo tanto, tan poco
humanos, como el miedo. Quizá el amor se le aproxime, pero incluso el amor
tiene algo de racional (dejo esta discusión para foros más filosóficos). En
cambio, el argumento que planteo es el siguiente: si el miedo es un sentimiento
irracional y si además es parte de nuestra condición animal, el miedo es, por
tanto, parte natural de nosotros. Además creo que se expresa en mayor o menor
grado, y en unos planos u otros, según las personas. Pero todos tenemos miedo a
algo.
¿Y a dónde me lleva todo esto? A que en las
organizaciones, como estructuras formadas por personas que son, existen miedos.
Muchos afloran y se perciben a simple vista. Por ejemplo, es fácil detectar
cuando una organización tiene estrategia conservadora, no toma riesgos en su
política de compras, etc. Estos miedos no son más que los miedos de las
personas que gestionan la organización. Y del mismo modo, existen miedos
ocultos o miedos que no se perciben a simple vista. Por ejemplo decisiones
políticas o venta de participaciones por miedos familiares.
No obstante los miedos que más interesan, y
sobre los que cada uno podemos actuar, son los que tenemos nosotros mismos y
las personas que nos rodean. Conocer qué sesgos o miedos tienen nuestros
colaboradores nos va a ayudar a entender mejor el porqué de sus actos. Por
ejemplo, saber que un colaborador siente total aversión al riesgo o que tiene
miedo a perder su sueldo, nos ayuda a trabajar mejor con él o ella, pues
entenderemos muchas de sus decisiones. Mucho más si los miedos que conocemos
son los propios. Éstos son los más difíciles de alcanzar, y sin embargo deberían
ser los primeros que analizásemos. Conocernos a nosotros mismos pasa por
conocer nuestros miedos. Este ejercicio de reflexión (que no se consigue en una
tarde, sino en mucho tiempo) es la base para entender nuestras propias
decisiones.
Saber cuál es el color del cristal de
nuestras gafas, conocer qué ven nuestros ojos cuando miran al mundo, parece
obvio, pero es una tarea que requiere tiempo y dedicación a uno mismo. El
resultado merece la pena, en primer lugar, es el mejor punto de partida para
entender a los demás. En segundo lugar, te da una perspectiva más veraz de las
cosas, pues somos conscientes de nuestros propios sesgos. Por último, nos
recuerda que tenemos una parte animal de la que no debemos olvidarnos y que
juega un papel relevante en la toma de decisiones.
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