¿Alguna vez os ha pasado que os
montáis una teoría sobre algo en vuestra cabeza, se la contáis a todo el mundo
cada vez que surge la oportunidad, y de repente una noticia o acontecimiento
aparece corroborando tu tesis? ¿no os dan ganas de decirle al mundo: ¡ves, te
lo dije!? No se trata de que me faltaran argumentos para mi teoría, tampoco que
sea una teoría polémica que vaya contra unos y a favor de otros, es,
simplemente, que la realidad se hace muy evidente en frente de tus narices, y
reconozco que reconforta. Sobre todo porque no es lo habitual… lo habitual es
que mis teorías se descompongan al chocar con la cruda realidad. El caso es que
esta misma semana me ha ocurrido y no puedo dejar de compartirlo con vosotros.
Igual que con el fútbol, en
España nos encanta polemizar con todo, y especialmente generar divisiones y
subconjuntos de subconjuntos para demostrar lo únicos y excepcionales que
somos. No se si es intrínseco a los humanos en general, lo que se es que en la
raza ibérica lo llevamos a fuego: ¿quién no piensa que su pueblo es el más
bonito del mundo? ¿quién no cree que las fiestas de su barrio/ciudad son las
mejores que hay y que nunca jamás habrá? ¿no os parece que vuestras costumbres
son mucho mejores que las de cualquier otro pueblo de la zona, y ya no digamos
de la provincia? Nos encanta destacar lo singular que es nuestra comunidad y lo
malas que son las demás. Con las instituciones pasa lo mismo: defendemos a unos
partidos políticos frente a otros como si nos fuera la vida en ello; hay
algunos que no pueden ni ver a los sindicatos y otros que piensan que los
empresarios son la auténtica lacra de nuestra sociedad; tenemos “hordas” de
gente que apoya todo lo que digan determinados partidos y/o sindicatos, y “manadas” que están a muerte con otros
partidos y/o patronales. Mi opinión es que nos lo tomamos demasiado en serio. A
la hora de juzgar a unos y a otros vemos más lo que nos diferencia que lo que
nos une, y no nos damos cuenta de que en realidad, todos nos parecemos mucho
más de lo que creemos.
Y esta semana ha habido una
noticia que me ha dado alas para hacer pública mi tesis en EMBArcados: las
famosas tarjetas “black” de Bankia. No pienso entrar a debatir sobre la
legalidad o no del asunto, tampoco sobre si ha sido un comportamiento ético o
no, ni muchos menos a juzgar los hechos. Pero si creo que es muy ilustrativo
analizar quién se ha visto salpicado por esto. ¿Ha sido un partido en concreto?
No, han sido todos; ¿Han sido los empresarios o los sindicatos? Han sido todos;
¿se trata de ricos que roban para ser mas ricos, o de pobres que roban para ser
menos pobres? ¿han sido los del Real Madrid o los del Atlético? No lo se. Lo
que es evidente es que esto no es un problema de “castas” como lo quieren hacer
ver algunos. Se trata de un problema de educación, de cultura y de comunidad.
La verdadera singularidad no está
en tu barrio, en tu equipo de futbol o en tu partido político. La singularidad
está en cada persona. Cada uno nos comportamos de manera distinta ante situaciones
similares: seamos políticos o no, seamos empresarios o seamos sindicalistas.
Por este motivo, las soluciones no están en eliminar los colectivos malos, no,
todos son necesarios. La solución pasa por un enfoque más maduro, más profundo,
y por supuesto, mucho menos ultra.
No pretendo, ni mucho menos,
utilizar esta escasa página para dar soluciones a problemas que atañen a
millones de personas, sólo pretendo despertar algunas mentes que siguen
adormecidas con los cánticos de la manada (de su manada) y siguen como por
instinto. A corto plazo, por supuesto, es fundamental que se apliquen las leyes
de manera ejemplar, porque eso es la base del sistema. Pero a largo plazo, en
mi opinión, eso sólo, no soluciona el problema. La raíz del problema, y donde debemos
trabajar, está en los estratos más profundos de la sociedad, empezando por los
niños. Aquí se abriría un debate mucho más importante, que hoy no toca en este
post, pero que es necesario.
Para concluir, si me gustaría
compartir una reflexión que sirve de puente entre este post y las futuras
reflexiones y debates que tanto necesitamos para afrontar este problema: los
derechos no son de los colectivos, son de las personas. Debemos encaminarnos a
este debate con la idea clara de que nadie que pertenezca a un grupo concreto,
tiene superioridad ética, moral o legislativa sobre otra persona. La clave está
en la libertad individual, esa es la auténtica joya que debemos proteger en
primera instancia. En segunda instancia, se deberá juzgar si el uso de esa libertad
ha sido el correcto o no.
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